Todo embarazo siempre está lleno de
dudas, miedos e incertidumbres, sea el primero, el segundo o el tercero, eso es
algo que descubrí recién con este segundo bebé. Pensaba que como ya había estado embarazada y sabía
lo que venía, estaba preparada para ello. Pero sólo bastaron un par de semanas
para darme cuenta que el segundo embarazo no tiene nada,
absolutamente nada, que ver con el primero y que tenía aún, un montón por
aprender y entender.
Primero, que mi tiempo ya no era
MI tiempo. Que ahora tenía que compartir el embarazo con todos sus síntomas y
cambios, con Luciano y que ya no podía dedicarme sólo a mí y al bebé en camino.
Qué difícil se me hacía ponerme el
embarazo al hombro y levantarme para seguir jugando, cuando lo único
que quería era estar en mi cama sin moverme (o pegada al baño), veía cómo los
primeros sentimientos de culpa se asomaban, cuando por alguna razón tenía que
dejar de hacer algo que siempre hacíamos juntos y veía sus ojitos mirándome, sin
poder entender muy bien por qué mami ya no puede trepar árboles, saltar la soga
o hacer carreritas por todo el parque. No podía dejar de pensar que le estaba
quitando algo, que lo estaba despojando de lo que, hasta ahora, era
exclusivamente suyo ¡SU MAMÁ!. Pero cuando pensaba en eso, me detenía un rato y recordaba
mi niñez con mis hermanos y no me imagino la vida sin ellos, sin los juegos, la
chacota, incluso sin las peleas tan típicas de los hermanos y me tranquilizaba al
saber que, lejos de quitarle algo, le estoy dando el mejor regalo de su vida,
su mejor cómplice.
También tuve que entender que
volveré a ser la misma de antes, tanto física como emocionalmente, que todos
estos cambios pasarán y que, como toda mamá, me acostumbraré a la nueva rutina
más rápido de lo que pienso. El miedo a ser mamá de dos, a no poder con ambos,
a hacer algo mal ya sea con Luciano o con Valentino, estaba latente todos los
días y no me dejaba pensar con claridad pero comprendí que ese miedo va a
estar siempre, que es parte de nuestra naturaleza y que poco a poco, desaparecerá, que será igual que con Lu al principio, que nos tocará adaptarnos, que será, tal vez difícil, pero que lo lograremos con amor, con paciencia, sin juzgarnos, sin culpas, dándonos tiempo a nosotros mismos de interiorizar nuestra nueva vida y de acomodarnos a ella.
Pero una de las cosas que más me
intrigaba cuando pensaba en mi segundo bebé, era la capacidad de amor que
tendría, me parecía casi imposible llegar a querer a otra persona con la misma
intensidad con la que quiero a Luciano, era algo casi increíble. Todos me decían
que si se puede, que el corazón de una madre se expande y se multiplica con los
hijos. ¡Si, claro! pensaba y secretamente le juraba a Lu que nunca amaría a
alguien como lo amaba a él jejeje. Pero de
pronto, llegó el día de la primera ecografía, de la primera vez que escuché su
corazón latir, de la primera vez que lo vi dentro de mí y fue magia pura, pude
experimentar una vez más esa clase de amor celestial que nos eleva, que nos
saca de nosotras mismas, mientras las lágrimas caían sin poderlas contener ¡me
declaré completamente enamorada de mi segundo hijo! con la misma fuerza e
intensidad de la que no me había sentido capaz días antes y nuevamente, la
maternidad me sorprendió.
A veces pasamos más tiempo cuestionándonos, dejando que los miedos nos agobien y nos olvidamos de lo que realmente importa, de disfrutar y de saber que seremos las mejores madres del mundo para nuestros hijos, impulsadas por ese torrente de amor que ellos mismos nos dan. El embarazo es una etapa que se pasa súper rápido y que nos enseña algo nuevo todos los días, nos cambia todos los días, sin importar qué número de embarazo sea, nos hace descubrir cosas que no imaginábamos ni en sueños y saca, la mejor versión de nosotras mismas. ¡Vivamos a plenitud nuestro embarazo! Con todo lo bueno y todo lo malo, que los miedos, las angustias, las preguntas, se van despejando con los días, algunas más rápido, otras más lento, pero mientras sigamos nuestro corazón, todo estará bien... ¿no creen? :)
Un beso,
¡Las quiero!

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