Se habla mucho, ahora último,
sobre cómo debemos enseñar a nuestros hijos a triunfar, a ganar, a ser
“mejores” que los demás. Vivimos en un mundo donde cada vez hay más
competencia, donde le restamos importancia a lo simple y significativo de la
vida y le damos más valor a lo que se puede comprar. Donde nos preocupamos por “industrializar” a
nuestros hijos en vez de humanizarlos.
El otro día, mientras veía a mi hijo
jugar con otros niños, pensaba, yo no quiero prepararlo para saber ganar.
Yo quiero prepararlo para que nunca se rinda.
Que sepa que perder no significa
estar vencido, que equivocarse no es malo, siempre y cuando te des cuenta qué cosa hiciste mal y la próxima vez, te esfuerces por hacerlo
mejor.
Yo quiero que sepa caer y
levantarse cuantas veces sea necesario, que no le tenga miedo ni vergüenza, que no se detenga, que
sienta que cada caída es sólo un aprendizaje que lo hace más fuerte y más capaz.
Yo quiero verlo esforzarse por
aprobar un examen y lo alentaré más aún si lo jala, ya que así como hay algún curso en el que es bueno y lo aprueba con facilidad, van a
haber muchos otros en los que no será tan bueno y le costará un poco más, pero
trae más satisfacción aquello en lo que te esfuerzas de verdad.
Yo quiero que sepa que no importa si llegas primero, o si llegas al último, si sabes mucho o sabes poco, que los golpes de suerte sólo se ven en las películas, que para alcanzar
lo que queremos, se necesita ponerle ganas, dedicación,
constancia, práctica y preparación.
No importa si sabe contar o sabe leer a los 4, que no es necesario multiplicar a los 5, ni saberse el himno en inglés, lo importante es que aprenda a jugar, a reír, a saltar, que aprenda a quererse, a reconocerse y a valorarse. Que sepa encontrar 10 respuestas diferentes a la misma pregunta y que sepa que la imaginación es el único escape del aburrimiento y que del aburrimiento salen grandes ideas.
No importa si sabe contar o sabe leer a los 4, que no es necesario multiplicar a los 5, ni saberse el himno en inglés, lo importante es que aprenda a jugar, a reír, a saltar, que aprenda a quererse, a reconocerse y a valorarse. Que sepa encontrar 10 respuestas diferentes a la misma pregunta y que sepa que la imaginación es el único escape del aburrimiento y que del aburrimiento salen grandes ideas.
Yo quiero enseñarle que habrán juguetes que
querrá tener, fiestas a las querrá ir, cosas que deseará hacer y no podrá. Que
entienda que hay momentos en la vida en los que no podemos tener todo lo que
queremos, momentos en que las cosas no salen como nosotros quisimos, que las
cosas cuestan y que el mundo no se acaba por no poder tenerlas, que todo llega a su tiempo.
Yo quiero prepararlo para que entienda
que no siempre le va a caer bien a todo el mundo, que no todas las personas le
harán caso, que tendrá desplantes, que se decepcionará, pero que aun así, no
deje de confiar, no deje de creer, no deje respetar, de valorar, pero sobre
todo, que no deje de ser feliz.
Yo quiero sea consciente que cada cosa que hace en la vida, cada decisión que toma, por más pequeña
que sea, tiene una consecuencia, buena o mala, pero que se debe afrontar con
valentía.
Yo quiero prepararlo para que
sepa pedir perdón y perdonar, para que su orgullo no esté primero que las personas,
para que valore la familia, la amistad y el amor.
Yo quiero enseñarle que es mejor callar cuando no se tiene nada bueno que decir y que nunca, el gritar, te hace tener la razón. Yo quiero enseñarle a rezar, a agradecer, a llorar y a reír.
Yo quiero que sepa que los sueños se cumplen y las metas se alcanzan, si no nos rendimos, si seguimos intentando, si creemos en que podemos, si no nos damos por vencidos.
Yo quiero que sepa que los sueños se cumplen y las metas se alcanzan, si no nos rendimos, si seguimos intentando, si creemos en que podemos, si no nos damos por vencidos.
Yo quiero prepararlo para que confíe en él. Para que, mañana, sea un hombre.
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Los quiero!
Silvana

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